Alberto Nájera López, Universidad de Castilla-La Mancha y Jesús González Rubio, Universidad de Castilla-La Mancha
Desde hace años, existe la creencia de que las radiaciones de móviles, el wifi o las antenas de telefonía podrían tener efectos adversos sobre nuestra salud. A pesar de que múltiples estudios no han encontrado una relación clara, se sigue investigando un posible mecanismo de interacción. Una de las hipótesis más barajadas, que podría explicar cómo interaccionan estas radiaciones con nuestras células, es su posible relación con el estrés oxidativo. Este efecto está vinculado a enfermedades como el cáncer, problemas cardiovasculares y trastornos neurodegenerativos.
Un reciente estudio comisionado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha explorado esta conexión. En él, se han analizado 56 investigaciones que han evaluado si la exposición a las radiaciones de móviles o antenas provoca estrés oxidativo en tejidos humanos y animales.
¿Qué es el estrés oxidativo?
El estrés oxidativo es un desequilibrio que ocurre en nuestras células en procesos normales del metabolismo (por ejemplo, al convertir alimentos en energía), cuando estamos expuestos a contaminantes ambientales, radiación ultravioleta, humo de tabaco o incluso durante respuestas inflamatorias en el cuerpo.
Fruto de ese desequilibrio, se produce un exceso de sustancias llamadas “especies reactivas de oxígeno” o radicales libres que el cuerpo no puede neutralizar lo suficientemente rápido. Estas especies reactivas son moléculas inestables que pueden dañar el ADN, las proteínas y los lípidos de las células. Podemos decir que se comportan como “chispas” que, si no se controlan, pueden causar “incendios” en nuestras células.
Para combatirlas, el cuerpo utiliza antioxidantes, que son, siguiendo con la metáfora, como “extintores” naturales. Sin embargo, cuando hay más “chispas” que “extintores”, se produce el estrés oxidativo, un estado que puede contribuir al desarrollo de enfermedades como el cáncer, problemas cardiovasculares (aterosclerosis, hipertensión) y trastornos neurodegenerativos (alzhéimer, párkinson). Su papel exacto no siempre es directo, sino que puede ser uno de varios factores contribuyentes.
Para su detección, los científicos recurren a unas señales o biomarcadores del estrés oxidativo que permiten medir este daño celular de manera objetiva. Los biomarcadores analizados incluyeron, entre otros, proteínas modificadas, aminoácidos oxidados, bases de ADN oxidadas, lípidos oxidados, producción de peróxido de hidrógeno. Además, abarcaron una amplia variedad de tejidos, como cerebro, hígado, sangre, testículos y timo, tanto en humanos como en animales.
Cientos de estudios, múltiples metodologías
Son muchos los estudios que se han publicado en los últimos años, tanto estudios in vitro como in vivo sobre este tema. Los estudios in vitro se realizan en entornos muy controlados, como en cultivos celulares, lo que permite analizar efectos específicos a nivel celular o molecular, pero no siempre reflejan cómo ocurrirían estos procesos en un organismo completo. Además, en términos de fortaleza científica, su evidencia suele ser menos consistente o generalizable mientras no se repliquen de forma sistemática.
A pesar de ello, seguro que ha escuchado la típica noticia en medios de comunicación de “un estudio en células de laboratorio muestra una nueva alternativa de cura del cáncer”. Y sí, puede ser un hallazgo importante, pero hay que contextualizarlo bien para no generar falsas expectativas. Podría ser, además, un hallazgo casual.
Por otro lado, los estudios in vivo, también muy controlados, se llevan a cabo en organismos vivos, como animales de laboratorio. Y aunque ofrecen una perspectiva más amplia sobre los efectos de una exposición, pueden estar sujetos a factores biológicos complejos que dificultan interpretar resultados causales. Pese a que pueden tener una mayor fortaleza científica, una vez más, las condiciones extremadamente controladas del laboratorio impiden que su generalización sea fácil. Si el anterior titular de medios de comunicación cambia a “un estudio en ratas de laboratorio muestra una nueva alternativa de cura del cáncer” debemos, de nuevo, tomarlo con mucha cautela.
Es por eso por lo que los estudios de estudios, en los que buscar tendencias o resultados consistentes y replicables, son una herramienta esencial. Y es lo que se ha hecho para probar o desmentir el efecto de las radiaciones móviles: una revisión sistemática que incluyó estudios tanto in vitro (células en laboratorio) como in vivo (en organismos vivos). De los 897 trabajos inicialmente identificados en bases de datos científicas, solo 56 cumplieron con los estrictos criterios de inclusión establecidos.
Los resultados fueron inconsistentes en los estudios in vivo. Por ejemplo, en el cerebro de roedores, los resultados variaron desde grandes incrementos hasta disminuciones significativas en el ADN oxidado y las proteínas modificadas. Resultados similares se observaron en el hígado, sangre y gónadas. Por otro lado, los estudios in vitro también reportaron resultados contradictorios en células humanas y de roedores, con algunos incrementos significativos en ADN oxidado y proteínas modificadas.
Entonces, ¿en qué quedamos?
La investigación permite afirmar que la evidencia actual es inconsistente y de muy baja certeza. Esto se debe a la heterogeneidad de los estudios, sesgos en la medición de la exposición o falta de controles ciegos en muchos experimentos. Por tanto, a la luz de estos resultados, no se puede establecer una relación clara entre las radiaciones de estos dispositivos y el estrés oxidativo.
Aunque la ausencia de evidencia concluyente no implica necesariamente que no pueda existir un efecto, los datos actuales sugieren que, si existiera alguna asociación, esta es poco clara o improbable.
Alberto Nájera López, Profesor de Radiología y Medicina Física en la Facultad de Medicina de Albacete. Coordinador de la Unidad de Cultura Científica y de la Innovación (UCLMdivulga), Universidad de Castilla-La Mancha y Jesús González Rubio, Profesor Asociado de Bioestadística, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.