Víctor Raúl López Ruiz, Universidad de Castilla-La Mancha
La Academia de la Televisión ha presentado, en la campaña más corta de las celebradas en España, un debate múltiple de tres horas de cara a las elecciones generales -las terceras en un año- que se celebran el 10 de noviembre.
Pactado por los partidos políticos estatales, nos revela un interés cierto como herramienta de oratoria para conocer y diferenciar líneas argumentales. El fin es tanto político como específicamente electoral. La arena política, más repartida que nunca, a cinco, se compacta. Por otra parte, el soporte para la decisión de más de un 30% de electorado indeciso, según las encuestas, es un hecho.
Con dos bloques bien definidos, y una puesta en escena muy limpia, evitando cronómetros que distraigan la atención, se materializó en poco trabajo para los moderadores. Los periodistas Ana Blanco y Vicente Vallés ejercieron de conductores sin privarnos de interpelaciones. Las férreas negociaciones al respecto, sin embargo, limitaron los momentos clave de enfrentamiento, siendo el más claro el de Santiago Abascal (Vox) y Pablo Iglesias (Unidas Podemos) a cuenta de la memoria de nuestros abuelos.
La imagen
Comenzamos con las cuestiones complementarias al evento. La imagen de los candidatos, parte poco significativa, cubrió las expectativas. La pequeña sorpresa fue la “no” corbata de Abascal, pues lo del taxi y ausencia de chaqueta de Iglesias estaba en el guión. Por otra parte, también eran esperadas las continuas pruebas de Albert Rivera (Ciudadanos), quizá el adoquín fue excesivo. En cuanto al error más grave cometido fue el de Pedro Sánchez (PSOE), tanto por su mal lenguaje visual, no fijando la mirada sobre su interlocutor como por el exceso de lectura de argumentos, que los hacían menos creíbles.
Los ejes del debate
El eje del debate se estructuró en cinco grandes bloques, junto a la pregunta que todos esperábamos fuera contestada: ¿Cómo se desbloquearía el gobierno para evitar terceras elecciones?
La solución expuesta por el Presidente en funciones de que se respetara la lista más votada le otorgó cierta fuerza moral, que mantuvo hasta el bloque de unidad territorial. En este sentido, Cataluña no fue bien aprovechada por las derechas, que no se entendían. No supieron contener el estado de excepción y la ilegalización del PNV auspiciados por Abascal. En frente, las propuestas presidenciales en educación cívica y fin del control de las televisiones autonómicas. Apenas veinte segundos con un ministerio dieron carpetazo a la “España vaciada” para un debate inicial que ganó Sánchez, al que Iglesias le suplicó un nuevo entendimiento.
Economía
Pero Pablo Casado (PP) reaccionó en el bloque de política económica enfrentando dos formas de hacer ante una desaceleración reconocida por todos. La receta de la creación de empleo con algunas mejoras impositivas dirigidas fundamentalmente al tejido empresarial y autónomos ahogaron recuerdos a la corrupción de Rivera, el fantasma de las empresas del IBEX de Iglesias o el maná de Abascal, para remedio económico de todos los males, incluidos las pensiones, con la eliminación de las autonomías. Sánchez acusó el cansancio y bajó su claridad en la línea argumental, que sólo pareció cobrar fuerza por el anuncio de que Nadia Calviño, experta economista de prestigio en Europa, sería la nueva vicepresidenta económica si lograse el Gobierno.
Igualdad
En las políticas de igualdad se fraguó el retroceso de un Sánchez expectante ante la ultra derecha machista. Pero una respuesta preparada junto a la réplica argumentada de las derechas, en este caso unidas, hicieron el resto. Ana Blanco recordó a los líderes la falta de candidatas a la presidencia en España, a lo que Iglesias mostró el discurso más condescendiente.
Después algunos discursos en igualdad recorrieron desde los pequeños pueblos hasta las comunidades autónomas, pasando por el modelo educativo o la gratuidad de los estudios universitarios. El tema se expandió tanto que Iglesias se permitió recabar el voto “animalista” con la penalización del maltrato.
Calidad democrática
El ganador del debate desde la perspectiva técnica y el argumento político apareció en el bloque sobre calidad democrática. Casado se mostró “limpio” ante la audiencia y pidió cuentas al presidente en funciones. Respecto al acuerdo, habló cómo opción de victoria el 10 de noviembre tendiendo la mano a sus socios naturales y elevando el tono sobre los posibles socios independentistas de un gobierno “Frankestein”.
Rivera retrocedió a la oposición, con su pretendida reforma electoral, de partido minoritario. La memoria histórica junto al terrorismo protagonizaron el enfentamiento extremo entre las posiciones radicales. Por momentos daba la impresión de que Sánchez bajaba el rostro cansado y quería que el debate acabara.
Escena internacional
Aún la política internacional, en el último asalto, permitió mejorar la oratoria de Casado, que se unió a Rivera y Abascal reclamando el giro hacia Hispanoamérica, condenando a Maduro y el viaje proyectado para el jefe del Estado a Cuba. Después se enfrentaron por el proteccionismo o el libre comercio, más Europa con Borrell, menos enfrentamiento a Trump y, aparentemente, la única coincidencia del bloque de la izquierda, la mejora del voto rogado para los españoles en el exterior.
Minuto de oro
El debate culminó con el minuto de oro en el que es tradición pedir el voto al elector, finalizando con un viva España el de Abascal. El “sí se puede” se convierte en eslogan común ahora para Rivera e Iglesias, el uno hablando de su hija, el otro de una discapacitada valenciana de 28 años. Sánchez niega pactos, también el propuesto por Iglesias, buscando la cohesión. Casado reclama convencido un voto útil para desbloquear y gobernar.
Aunque todos, los cinco, salieron felices del encuentro, técnicamente, en global, Pablo Casado ganó el debate, poniendo aún más difícil un posible gobierno. Presumiblemente con ello nos separamos del barómetro del CIS.
Sobre pactos, el de la derecha tiene mucha más consistencia, pues el de izquierda, tras estos seis meses, está herido de muerte.
Víctor Raúl López Ruiz, Profesor de Econometría, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.