El PSC ha ganado en votos y ha empatado en escaños con ERC (33) en las elecciones al Parlament catalán de este 14 de febrero. Aunque los resultados son muy notables para el candidato socialista y exministro de Sanidad Salvador Illa, Esquerra es el partido que tiene más posibilidades de gobernar los próximos cuatro años en Cataluña tras quedar un escaño por delante de JxCat, que ha obtenido 32 diputados. El recuento también refleja el impulso de la CUP (9), la solidez de En Comú Podem (8) y, sobre todo, la irrupción de Vox (11 escaños) a costa de Ciutadans (6) y el PP (3), grandes perdedores de la contienda electoral, junto al PdCat, que ha quedado sin representación parlamentaria.
Pero empecemos por lo básico. La jornada electoral ha sido un éxito de organización y logística, cuestión fundamental para legitimar el proceso político. El miedo es soberano y explica, con certeza, el crecimiento del voto por correo y la bajada de la participación a los niveles de 2010. Hay que felicitarse por la normalidad. No es poca cosa en tiempos de pandemia, visto el retraso en las regionales y departamentales de Francia, la caída de la participación en Brasil o los disturbios en las presidenciales estadounidenses. Bendito sea el aburrimiento de la jornada catalana.
Los resultados, en cambio, no son nada aburridos. De cualquier forma, ya se pueden extraer algunas lecciones a vuela pluma.
La enésima oportunidad del independentismo
La suma de las distintas formaciones da una mayoría absoluta en el Parlament, si bien esta mayoría numérica no aporta gran cosa al debate. Hay un fin común, pero ERC, Junts, las CUP o PdeCAT no convergen ni en el nombre (soberanismo, independentismo, nacionalismo) ni en los tiempos del proyecto. La división interna y la pelea por el liderazgo intelectual de la acción política dificultará acuerdos estables. Más aún, el fantasma de los políticos ausentes, en la cárcel o en Bruselas, transmite la sensación de improvisación continuada. Estos resultados refuerzan la visibilidad de Oriol Junqueras y Carles Puigdemont, que no quieren dejar de estar en el centro de la esfera decisoria.
El PSC ha vuelto
Sí hay un “efecto Illa”, aunque no ha sido suficiente para asegurar al PSC la presidencia de la Generalitat. El perfil tranquilo del exministro de Sanidad ha recuperado la confianza de los electores que se marcharon en 2017 a Ciutadans. La propia campaña electoral forjada contra él le ha beneficiado y quizás se incorpore como referencia de las teorías under-dog en materia de comunicación política.
En suma, es un excelente resultado electoral para Salvador Illa, visto el contexto, pero su presidencia es muy improbable. Requiere unos apoyos muy variados y la marginación de Junts. En cambio, su sacrificio será positivo para otras batallas posteriores. Todo apunta a que si, como es previsible, Pere Aragonès alcanza la presidencia, las relaciones PSC-ERC serán suaves.
El desplome de Ciutadans
La vida política no suele conceder segundas oportunidades y el hecho de que en 2017 con 36 escaños y más de un millón de votos no consiguieran acceder al gobierno ha mandado un mensaje desalentador a sus votantes. Éstos han vuelto a su casa –PP, PSOE-, se han abstenido o han optado por la ruptura. La entrada de Vox con fuerza es una mala noticia para el constitucionalismo moderado y obligará a redefinir la propia estrategia política del partido de Inés Arrimadas. El fenómeno social que arrancó en Cataluña quizás acabe donde comenzó.
Vox, Ciutadans, Podemos y CUP se sitúan en torno al 7%
Estos escaños marginales, sin embargo, serán fundamentales para los apoyos en el Parlament y tendrán consecuencias directas en otras geografías. La CUP puede confirmar la mayoría absoluta en determinadas decisiones parlamentarias. No subestimemos esos escaños.
En el PP, los resultados son malos y no cabe maquillaje. No ha atraído al votante de Ciutadans y no crece fuera de Barcelona. Esta semana escucharemos las primeras voces discrepantes dentro del partido que verán en la subida de Vox una amenaza directa a su suelo electoral. La continuidad electoral de Pablo Casado depende ahora de los resultados de Juan Manuel Moreno en las andaluzas, sorayista de primera. Menuda paradoja.
Podemos no ha transformado en votos su visibilidad y su campaña con guiños soberanistas. Debería ser una advertencia para su estrategia electoral en las generales.
Vox es el vencedor de los pequeños. Tendrá una fuerte representación en la cámara y en las comisiones, lo que permitirá visibilizar sus medidas, dar estructura al partido y utilizar Cataluña como base para el apalancamiento de votos.
Las fracturas de Cataluña
La suma de escaños permite pensar en una presidencia bien independentista (ERC, Junts y CUP), bien partidaria del referendo (ERC, Junts y En Comú Podemos) o bien de izquierdas (ERC, PSC). Son tres escenarios completamente diferentes en los que los actores tienen incentivos distintos para apoyar o hundir cualquiera de las opciones. Las negociaciones serán muy largas y tendrán efectos en la coalición que gobierna en La Moncloa. Sea cual sea el resultado de la negociación, dos de los tres tripartitos quedarán insatisfechos.
La audacia de los cobardes
Esto es más un ruego que un análisis. Es el momento de pensar qué tipo de liderazgo político necesita Cataluña después de una década de degradación institucional. La valentía consistirá en dar un paso atrás, rectificar posiciones y crear nuevos espacios para el diálogo político. Se pueden convocar y repetir elecciones cada dieciocho meses, pero las cifras finales arrojan una sociedad dividida con inquietudes políticas distantes. No hay, desde luego, souflé independentista, pero la división interna demanda un tiempo político para los valientes, que –no nos equivoquemos– serán aquellos que aporten soluciones para la conllevanza orteguiana.
Juan Luis Manfredi, Profesor titular de Periodismo y Estudios Internacionales, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.