Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
Hay libros que contienen una sabiduría infinita y, cada vez que los leemos, nos sorprenden con alguna nueva enseñanza. Ocurre así con el Oráculo manual y arte de la prudencia (1647) escrito por el jesuita y escritor del Siglo de Oro Baltasar Gracián. Es un compendio didáctico de 300 aforismos que parte de la premisa de que el mundo es un lugar horrible y decadente, donde la malicia y la estupidez generalizadas hacen necesarios consejos sobre cómo manejarse en la vida.
Gracián escribió que uno de los dones máximos de la vida es “poder escoger y elegir lo mejor”. En este breve escrito trataré sobre algunas de esas elecciones con ayuda de los aforismos del Oráculo.
Primera elección: el esfuerzo de cultivarse
“Si no se sabe, no se vive”. Gracián comprendía que, en una época de mediocridad, el ser humano debía esforzarse por llegar a la excelencia. Contra la barbarie, cultura: “Hace personas la cultura; y más, cuanto mayor”.
La incultura es el territorio de la ignorancia y la vulgaridad: “Tanto es uno cuanto sabe, y el sabio todo lo puede”. Es preciso esforzarse en conocer, refinar el gusto aunque sea una ardua labor, porque “poco vale lo que cuesta poco”.
Cultivarse sirve para que la vida sea “milicia contra la malicia”, para guardar cautela y vivir alerta ante los ruines. La cultura abre los ojos del alma y nos desengaña de los optimismos ingenuos.
Dejar que nuestro entendimiento se guíe por las primeras impresiones abre la puerta al engaño: “Es el oído la puerta segunda de la verdad y principal de la mentira”.
Segunda elección: ¿con quién relacionarse?
Siempre es preferible tratar con quien se pueda aprender, para que una conversación se convierta en “enseñanza culta” y los amigos sean también maestros de la vida y “escuela de erudición”. Nos decía Gracián que saber rodearse de quienes nos enriquecen es uno de los atajos para llegar a ser persona, porque “comunicándose las costumbres y los gustos, pégase el genio, y aun el ingenio”.
Saber elegir a los amigos es uno de los grandes aciertos del vivir, pues “uno es definido por los amigos que tiene, que nunca el sabio concordó con ignorantes”. Y apartarse de los necios y no dejarse enmarañar en sus enredos es señal de prudencia, en tanto “son peligrosos para el trato superficial y perniciosos para la confidencia”.
Tercera elección: “No vivir aprisa”
“Es pasión de necios la prisa”. No puede haber vida buena, ni cultura, ni saber, ni buena conversación en los tiempos acelerados de la premura. Elegir la lentitud es tomar partido por la profundidad de los pensamientos y los sentires. Es aprovechar cada instante frente al atropellamiento y el ajetreo incesante, al contrario de quienes “como van con tanta prisa, acaban enseguida con todo”.
Elegir la lentitud infunde valor a lo que hacemos: “Lo que se hace deprisa, deprisa se deshace; mas lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra en hacerse”.
Cuarta elección: dejar vivir
“Vivir mucho y vivir con gusto es vivir por dos, y fruto de la paz”.
Reinan los pacíficos, los que no buscan disputas por doquier, quienes “oyen, ven y sin embargo callan”, aunque vivan en un mundo inmundo que les disgusta.
Quinta elección: forma y sustancia
Importa no sólo qué se hace y qué se dice, sino el cómo. Una discreta y refinada forma en el trato embellece el mundo. Pero el donaire y la delicadeza nada son sin una sustancia. Serían una bella ilusión para un gran vacío, porque “hay sujetos que son sola fachada, como casas por acabar, porque faltó el caudal: tienen la entrada de palacio, y de choza la habitación”.
Sexta elección: saber negar
“No todo se ha de conceder, ni a todos”. Saber decir no en el momento oportuno es tan crucial como saber conceder. ¿Y a qué aconsejaba Gracián decir no? Aquí una lista no exhaustiva:
A la sibilina adulación.
A hablar de sí mismo de manera autocomplaciente.
A la competición salvaje que nos asfixia en el lodazal de los porfiados.
A quienes presumen de sus logros sin que sus hechos estén a la altura.
A la testarudez llevada a extremos inaguantables.
A buscar el aplauso de la vulgaridad.
A la queja continua que es estéril.
A los entrometidos y a entrometernos donde nadie nos llama.
A criticar a los ausentes.
Séptima elección: “Encontrar lo bueno de cada cosa”
No hay nada ni nadie que no guarde algo bueno, y saber apreciarlo es prueba de sabiduría. Pero hay quienes, movidos por la envidia y la maldad, entre mil virtudes sólo perciben el mínimo defecto, que incluso censuran y celebran: “Más feliz es el gusto de otros que, entre mil defectos, toparán luego con una sola perfección que se le cayó a la ventura”.
Última elección: “No cansar”
Hay que ser claros y concisos, tanto como los aforismos de Gracián, que en su economía verbal albergan un inagotable saber práctico.
“Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo”. Siempre es preferible hablar poco, “hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos”.
Y así, para no cansar, acabo con un tango de Enrique Santos, igual de pesimista y catastrófico que el punto de partida de Baltasar Gracián.
Antonio Fernández Vicente, Profesor de Teoría de la Comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.