Antonio Fernández Vicente, Universidad de Castilla-La Mancha
A quien quiera vivir:
Aquí hallará algunas sencillas lecciones de Walt Whitman, uno de los padres del trascendentalismo, nacido hace ya 200 años.
Viva deliberadamente y experimente por sí mismo
No permita que otro le cuente lo que es la vida. Ni siquiera el propio Whitman:
“Ya no recibirás de segunda o de tercera mano las cosas,
ni mirarás por los ojos de los muertos,
ni te alimentarás de los espectros de los libros,
Tampoco mirarás por mis ojos, ni aceptarás lo que te digo”.
Tome las riendas de su destino y, como el David Copperfield de Charles Dickens, el tiempo dirá si se ha convertido en el héroe de su historia, alejado “de escuelas y de sectas”. Vivir deliberadamente significa antes que nada aventurarse en lo incierto.
“Me despojo de lo conocido.
Lanzo conmigo a todos los hombres y a todas las mujeres a lo Desconocido”.
La mejor poesía es la acción: pensar es hacer. Whitman nos invita a ser espectadores y jugadores al mismo tiempo, a mirar y asombrarnos de lo más ínfimo en apariencia. ¡Aprenda a sentir y viva!, como nos urgía Margaret Fuller en Verano en los lagos:
“Al haber ‘vivido un día’, podemos partir y ser merecedores de vivir otro”.
Ame las pequeñas alegrías
“Quien camina una milla sin amor, se dirige a su propio funeral envuelto en su propia mortaja”.
Una vida sin amar lo que se hace, lo que se siente, es una vida desperdiciada en sueños deleznables. ¿Qué es suficiente para vivir bien?
“Me he dado cuenta de que me basta estar con los que uno quiere,
Me basta demorarme al atardecer con aquellos que quiero,
Me basta sentir la hermosa carne, la carne que es curiosa,
que respira y que ama”.
Whitman reivindica las alegrías carnales del aquí y ahora, de los paseos sin rumbo, maravillados por la riqueza de lo que admiramos con la curiosidad del niño.
“Estoy enamorado de cuanto crece al aire libre”.
El autor de Canto a mí mismo rechaza la fama y las satisfacciones consumistas; la obsesión por el dinero y sus comedias humanas. Vive en la intimidad de los cuerpos y la Naturaleza para no ser póstumo en vida.
Hay pequeñas alegrías, como las descritas por el antropólogo Marc Augé, que nos hacen disfrutar de la felicidad del instante. Lo más insignificante e insospechado será lo que le haga sentir vivo. Serán sus mejores recuerdos. Su memoria más valiosa.
“Creo que una hoja de hierba –afirmaba Whitman– no es menos que el camino recorrido por las estrellas”. ¿Por qué no ser capaces, como William Blake, de ver un mundo en un grano de arena?
¿Sentirá alegría al leer con atención a Whitman, una y otra vez? ¿Al comprobar, quizás, que en alguna de las líneas que escribió está usted mismo reflejado, como en un espejo eterno? ¿Al leer sus poemas a quien quiere? ¿Al amar a quien los lea para usted?
Invente su propio personaje
El escritor Jorge Luis Borges subrayó en el prólogo de Hojas de hierba: “Casi no hay página en que no se confundan el Whitman de su mera biografía y el Whitman que anhelaba ser y que ahora es, en la imaginación y en el afecto de las generaciones humanas”. Whitman, como usted, era plural e infinito.
¿Por qué buscar la absoluta coherencia? ¿No es mejor aceptar que cada uno de nosotros somos de mil formas diferentes? Hoy usted es así. Mañana, será otro. ¿Se reinventará a usted mismo o dejará que otros imaginen sus personajes?
“¿Me contradigo?
Muy bien, me contradigo.
(Soy amplio, contengo multitudes)”.
Mentir es a veces un bello desliz, siempre que hermosee las grises realidades. Los hechos suelen ser contumaces y estériles. Se agotan en sí mismos. ¿Qué importa si cada vez que relata una historia vivida predomina lo imaginario?
Es la reivindicación estética que también Oscar Wilde sostenía en La decadencia de la mentira. ¿Quién quiere ser consecuente? El escritor rumano Émile Cioran nos decía que la mentira es una forma de talento, al fin y al cabo. Desconfíe de las personas coherentes: no son honradas ni sinceras.
Nos sugería Wilde que “mirar una cosa y verla son actos muy distintos. No se ve una cosa hasta que se ha comprendido su belleza”. La belleza de Whitman reside más en sus biografías inventadas que en su vida real. Como su belleza y la mía.
La vida es la “herencia de muchas muertes”
En una carta de Henry David Thoreau a Ralph W. Emerson, otros dos trascendentalistas, leemos: “La muerte es hermosa cuando se la ve como una ley y no como un accidente”.
Esa ley natural, nos lo enseña Whitman, desvela que, en el ciclo de la vida, la muerte es una transición. Whitman abandonó lo material para revivir en nosotros a través de sus poemas. Para fundirse con la Naturaleza que tanto amó.
“Que el lodo sea mi heredero, quiero crecer del pasto que amo;
Si quieres encontrarte conmigo, búscame bajo la suela de tus zapatos”
Hojas de hierba y Walt Whitman son eternidades que nos enseñan a “vivir un día”. Son clásicos, y “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”, como aprendemos de Italo Calvino.
Cuando los lea, nuevas imágenes –un poema es una imagen– brotarán de sus inagotables líneas. Sentirá “caminar con la vista” y las palmas de sus manos “abarcarán continentes”, acompañado de Whitman quizás bajo la suela de sus zapatos:
“Sé tan feliz como si yo estuviera a tu lado. (No estés demasiado seguro de que no esté contigo)”.
Todas las citas de Walt Whitman provienen de la traducción de Jorge Luis Borges: Hojas de hierba, Barcelona, Lumen, 1972.
Antonio Fernández Vicente, Profesor de teoría de la comunicación, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.