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Ver ‘La isla de las tentaciones’ es asistir a la enésima recreación del mito de don Juan

23/02/2025
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Ver ‘La isla de las tentaciones’ es asistir a la enésima recreación del mito de don Juan

23/02/2025

José Ángel Baños Saldaña, Universidad de Castilla-La Mancha y Guillermo Sánchez Ungidos, Universidad de Castilla-La Mancha

El éxito actual de La isla de las tentaciones en la televisión española, en su octava temporada, no ha sorprendido a nadie.

El argumento del programa es bastante sencillo: varias parejas heterosexuales aceptan entrar en un juego en el que son separados hombres de mujeres en dos villas de una isla. En cada “casa” se introducen las figuras de los tentadores, cuya función es seducir a los concursantes. El programa se basa en una pregunta sencilla: ¿serán estos capaces de resistir y mantenerse fieles a sus parejas?

La sencillez de la premisa apela a uno de los mayores mitos españoles. Después de don Quijote, el personaje de don Juan es la mayor aportación de la literatura española a la literatura universal. Don Juan es un mito. Pero, además, es un “tentador”.

Origen del mito

Los mitos literarios se fraguan cuando las historias representadas alcanzan unos valores universales. Nace, con ellos, una tradición. Aunque está disputado, nuestro mito, el de don Juan, se cree que lo debemos al escritor Tirso de Molina, autor de El burlador de Sevilla y convidado de piedra (1630).

Para su diseño, Tirso de Molina reunió dos leyendas: la de un hombre que invita a una calavera a cenar y la de aquel que engaña y seduce a mujeres para después abandonarlas. Su don Juan, inventado en plena contrarreforma católica, era un pecador y moría en escena condenado por sus faltas.

Desde esa fecha de publicación, se sucedieron las obras que recuperaban ese personaje. Así pasó por Francia, Italia y España. Recordemos, por ejemplo, la ópera de Mozart Don Giovanni o la versión de Molière.

Pero con la llegada del Romanticismo el mito sufrió un cambio drástico. José Zorrilla, autor de la versión más popular de don Juan (la del Tenorio), añadió un elemento de gran interés: el hombre pendenciero y bravucón caía en las redes de una de sus conquistas, doña Inés. Finalmente, en sus últimos segundos de vida, se arrepentía de sus pecados, enamorado, y este amor lo salvaba.

Fotograma en blanco y negro de una mujer con vestido de época sentada y atenta a un hombre también de época que habla arrodillado a su lado.
Una escena de la película Don Juan de 1926, con John Barrymore y Mary Astor. University of Washington/Wikimedia Commons

Los tentadores han gustado siempre. Como le dijo Montoya –uno de los concursantes de La isla de las tentaciones– a la presentadora del programa, “Esto lo ve todo el mundo, Sandra”. El mito siguió floreciendo en el Romanticismo y en el realismo inglés, francés, alemán, ruso y español (y continúa en la actualidad). El arquetipo del tentador y de la persona conquistada se encuentran en nuestro ADN cultural. La teórica Julia Kristeva calificó este fenómeno de “genotexto”, que significa el asentamiento de unos intereses compartidos por distintas sociedades.

La apuesta: vengo a ponerme a prueba

Pensemos en una escena famosa de Don Juan: la apuesta entre nuestro personaje y su adversario, don Luis Mejía. Ambos se habían jugado un año antes ser quienes más mujeres conquistasen y se reúnen para ver el resultado. Don Juan gana, pero don Luis Mejía, herido, le dice que le falta seducir a una novicia para rematar el “resultado”. Don Juan le asegura que eso hará y que, además, le robará a su prometida.

No debería resultar extraño reconocer en los más trágicos galanes de La isla de las tentaciones ese motor dramático. Tentar con las pasiones por delante y apostar todo al negro. Morder la manzana no es otra cosa que una nueva forma de apuesta donjuanesca, un sacrificio necesario para ganar o perder el amor.

La apuesta mínima es sencilla: la relación amorosa; luego una espada y convivir con la tentación.

Bastante ilustrativo, y viral, fue el enfrentamiento indirecto entre Montoya –concursante– y Manuel –tentador–. La rivalidad entre estos dos bravucones desembocó en la infidelidad de Anita, novia de Montoya, y, con ello, la consumación de una victoria: “Mira lo que se reía el novio de mí, y ahora llora”, declara Manuel, autoproclamándose campeón.

Una mujer mira a los ojos a un hombre que se sienta a su lado.
Anita y Manuel en un momento de La isla de las tentaciones. Telecinco

La isla de las tentaciones es una apuesta continua, una espera al sonido de una alarma roja que va acumulando infidelidad.

“Te vas a arrepentir toda tu vida de esto”

El don Juan de José Zorrilla triunfó por su complejidad psicológica. Al principio, era desafiante e infiel. Sin embargo, acaba la obra arrepentido, suplicante y enamorado. A esta evolución, desde el análisis del personaje, lo llamamos personaje “redondo”.

En La isla de las tentaciones, una hoguera semanal reúne a cinco personajes en torno al fuego. Se ven imágenes comprometidas de las respectivas parejas con sus tentadores y la tablet sufre los golpes del don Luis Mejía de turno. Es un rito arrebatado, una oportunidad para llorar el amor. Lo que en un momento motivaba la risa, la celebración infiel, se convierte en un arrepentimiento por amor.

Igual que el Tenorio, otro de los concursantes, Joel, sufre las consecuencias de un beso que le ha dado a su “tentadora” en la piscina y clama por su salvación. Solo la “hoguera de confrontación” ante Andrea, su novia, su doña Inés, puede salvarlo, lejos de la tentación y de sus donjuanes.

Un hombre llora sentado frente a una mujer.
Los dos personajes, Joel y Andrea, se encuentran tras sucumbir a las tentaciones. Telecinco

Las lágrimas, ni con waterproof

¿Y qué decir de los personajes femeninos? En el siglo XIX, doña Inés respondía a la pureza, la entrega, la fidelidad y el sufrimiento.

Aquí notamos más que nunca un cambio de época. Sentimentalmente, somos tan herederos del Romanticismo como de la movida madrileña. Las mujeres de La isla de las tentaciones se muestran afligidas, pero, a la vez, liberadas y más o menos vengativas. Cantaba Alaska que a quién le importa lo que haga o lo que diga. Sin embargo, ellas todavía se enfrentan a una sociedad que, parcialmente, las juzga de forma diferente a los hombres.

Muchas parecen actuar como la canción de La Chispa que ha acompañado a algunos vídeos del programa: “toy hartita de llorá, juro que me voy a encontrá”.

“Has caído porque has querido”

Lo que vemos hoy en día será un don Juan de mediopelo, un don Juan “papafrita”, un don Giovanni o un don Luis Mejía (como Montoya)… Que cada cual lo llame como quiera, pero que lo llame a partir del don Juan.

Igual que ahora nos enganchamos al programa, la gente lo pasaba tan bien viendo caer a don Juan que, en España, hemos adoptado la costumbre de representar su historia en el Día de difuntos.

Así que vayan al teatro el 1 de noviembre. Y también enciendan el televisor mirando a la pantalla. Háganlo con la sabiduría que nos da conocer nuestros mitos y nuestro pasado cultural. Y disfruten.The Conversation

José Ángel Baños Saldaña, Profesor de Literatura Española, Universidad de Castilla-La Mancha y Guillermo Sánchez Ungidos, Profesor de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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