La arquitectura actual se caracteriza por una deplorable hibridez de formas, resultado de una chapucera mezcolanza de prototipos tradicionales y vulgar especulación.
Los arquitectos, seducidos por lo "antiguo", cuya esencia artístico-vital no saben comprender, y por las páginas satinadas de las revistas extranjeras, hacen acopio de ornamentos extraídos de las iglesias y los palacios antiguos, amparándose en la obligación de respetar el entorno y las tradiciones locales.
El desordenado espectáculo arquitectónico que se ha montado hoy en las grandes zonas de ampliación de las ciudades nos causa una náusea profunda y es un ultraje a nuestro orgullo de pueblo creador. Un edificio construido en la necia exterioridad está tan lejos del concepto puro de arquitectura que no consigue encontrar su propio contenido en elementos orgánicos que no sean las simpáticas gracias de su insípido ornamento.
La melancolía de unos órdenes-tipo que se adaptan de la manera más ramplona a cualquier edificio entrega el destino de la arquitectura al gusto barato y despreocupado de toscos jefes de obra, constructores y pseudo-arquitectos.
Reivindiquemos la arquitectura del arte.
Acerquémosla a los líricos: pintores, músicos, poetas, escultores.
La extendida opinión de que las experiencias técnicas y económicas actuales y futuras se oponen a la creación de una nueva arquitectura es falsa.
Tan convencidos como estamos de que una arquitectura debe ser más próxima a nuestra sensibilidad renovada, sentimos tanta poesía en el rápido torbellino de la vida cotidiana que precisamente en las crecientes necesidades de esta vida agitada por las novedades encontramos nuevas inspiraciones y nuevas formas.
Ningún arte como la arquitectura posee tantos medios materiales para sintetizar en un todo hasta el más complejo bloque de nuestras emociones.
La arquitectura es el universo. Significa, por lo tanto, la seguridad de poder representar mediante infinitas posibilidades de medios artístico-prácticos nuestros estados de ánimo e ímpetus interiores. También la arquitectura se resuelve, en lo íntimo del creador, en un estado de ánimo que para nosotros se impone como búsqueda del estilo de nuestro temperamento lírico.
Es necesario rehacer la casa desde los primeros cimientos porque debemos rehacer la forma, es decir, aquel conjunto de volúmenes, aquella original disposición plástica de las masas construidas que se adaptan a las necesidades prácticas más urgentes. Abordemos el problema con bárbaro primitivismo.
Pidamos ayuda a los nuevos materiales, a su ligereza, a su capacidad de adaptarse a las formas más variadas, más nuevas y originales. Repitamos con el primer arquitecto futurista Antonio Sant'Elia (que desgraciadamente el Futurismo ha perdido, heroica víctima en la batalla del Carso) que "los modernos descubrimientos científicos, los nuevos materiales de construcción y los nuevos cálculos sobre resistencia de materiales no se prestan en absoluto a la disciplina de los estilos históricos".
Recordemos lo que se decía en el 1er manifiesto de la arquitectura futurista sobre la necesidad y el ardiente deseo de higiénicos derribos y soluciones eminentemente prácticas, en antítesis al culto a la mugre y a la lenta carbonización.
Pero si Antonio Sant'Elia recurría al tradicional paralepipedismo, nosotros creemos en una arquitectura más nuestra y más espiritualmente nueva.
Hay que abandonar la estática vertical y horizontal de la construcción antigua y buscar el movimiento plástico a través del impulso dinámico de las curvas trazadas por los planos de rotación, de las líneas de fuerza, de los conjuntos compuestos como síntesis de movimientos abstractos simples y complejos. Volveremos así más íntimamente al concepto que inspira a los poetas, los pintores, los escultores y los músicos futuristas.
Las novedades que resulten del aprovechamiento de los elementos nos conducirán a un estilo en movimiento en el que el aparente dinamismo se interpretará, en primer lugar, como fuerza y voluntad interior del artista, percibidas a través de las fuerzas íntimas de la materia e inmediatamente asimilables al problema de los equilibrios estáticos. La búsqueda del estatismo de este dinamismo.
Un ejemplo muy común: la verticalidad del eje de la escalera de caracol frente a los ángulos penetrantes de los escalones y el torbellino helicoidal del pasamanos.
El estilo de esta arquitectura, por lo tanto, se basará en esta búsqueda: dotar a los elementos de la construcción de formas, o mejor dicho, de deformaciones o, mejor aún, de exaltaciones formales que reflejen el esfuerzo interior de los componentes y de los momentos mecánicos de los materiales.
Tendremos una arquitectura absolutamente sugestiva, cuyo centro estético será el drama de sus propias fuerzas. Será una arquitectura dramática.
Intuición constructiva, acto primero de la creación.
Conciliación de lo cómodo y lo práctico con la lírica de un drama energético solicitado a la ingeniería pura.
No tendremos escrúpulos en decorar nuestras audaces obras de espacios y estructuras con las fórmulas, las trayectorias, los momentos, los misteriosos signos de un superlativo laberinto de cálculos. La genialidad, la reflexión y el esfuerzo del arquitecto serán proyectados por signos en los que el edificio encuentra su razón de ser y su vida. Ilimitada confianza en un número infinito de posibilidades constructivas, avalada por el hecho de que el acto técnico es tan connatural a la potencia de la aspiración que permite a nuestra voluntad descubrir los más inauditos y seguros medios constructivos.
En el arte todo es posible.
"Roma Futurista", a. III, nº 72, 29-2-1920
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